Les comparto una foto del “Kinkaku-ji” (Templo del Pabellón de Oro), ubicado en Kyoto, Japón. Tuve la oportunidad de visitarlo cuando viví y trabajé en ese país por tres meses en 2009. Viví en una ciudad llamada Fujisawa, a una hora del Tokyo, pero un fin de semana fui con una compañera a conocer Kyoto, el antiguo capital del país. Este templo se considera parte del Patrimonio de la Humanidad, y es uno de los lugares más hermosos que me ha tocado ver.
Para mí, ir a Japón fue cumplir un sueño y un desafío que tenía en mente durante varios años, y en algunas ocasiones estuve a punto de ir y no pude por circunstancias atenuantes. Ni siquiera puedo decir que había estudiado mucho la cultura de Japón, ni que hablaba el idioma. Sin embargo, tenía ganas de visitar y conocer una cultura tan distinta y tan lejos de la mía.
Fueron tres meses geniales – no siempre fáciles, porque me llegaron momentos en los cuales me sentía sola, o me frustraba no poder comunicarme con la gente japonesa (¡ni leer algo básico como un menú!). También cuando estuve allí mi papá se enteró que padecía de cáncer, y casi regresé a casa temprano. (Gracias a Dios, mi papá se recuperó y acaba de cumplir sus 75 años en enero!). A pesar de esas cosas, pasaba grandes momentos allá – tuve la oportunidad de conocer a colegas de otras partes del mundo, les enseñaba a alumnos respetuosos y amigables, y pues todo lo que viene con vivir en un lugar nuevo: probar la comida, ir a sus lugares famosos y bonitos, hasta vivir las actividades cotidianas que parecen las de tu vida en otro lado pero a la misma vez son diferentes.
Tener la oportunidad de viajar y conocer un lugar nuevo es algo que siempre hay que agradecer; muchos en este mundo jamás podrán salir de su país, hasta de su vecindario. Traigo muchos recuerdos bonitos de mi tiempo en Japón – y siempre digo, que bien que me animé a buscar un trabajo y cumplir esa meta cuando tenía la oportunidad. Cuando escucho a mis alumnos preguntarse si deben de viajar o estudiar en el extranjero, siempre les digo - ¡Sí -- claro! No lo vas a arrepentir – lo que a lo mejor arrepentirás es no haberte ido.
Para mí, ir a Japón fue cumplir un sueño y un desafío que tenía en mente durante varios años, y en algunas ocasiones estuve a punto de ir y no pude por circunstancias atenuantes. Ni siquiera puedo decir que había estudiado mucho la cultura de Japón, ni que hablaba el idioma. Sin embargo, tenía ganas de visitar y conocer una cultura tan distinta y tan lejos de la mía.
Fueron tres meses geniales – no siempre fáciles, porque me llegaron momentos en los cuales me sentía sola, o me frustraba no poder comunicarme con la gente japonesa (¡ni leer algo básico como un menú!). También cuando estuve allí mi papá se enteró que padecía de cáncer, y casi regresé a casa temprano. (Gracias a Dios, mi papá se recuperó y acaba de cumplir sus 75 años en enero!). A pesar de esas cosas, pasaba grandes momentos allá – tuve la oportunidad de conocer a colegas de otras partes del mundo, les enseñaba a alumnos respetuosos y amigables, y pues todo lo que viene con vivir en un lugar nuevo: probar la comida, ir a sus lugares famosos y bonitos, hasta vivir las actividades cotidianas que parecen las de tu vida en otro lado pero a la misma vez son diferentes.
Tener la oportunidad de viajar y conocer un lugar nuevo es algo que siempre hay que agradecer; muchos en este mundo jamás podrán salir de su país, hasta de su vecindario. Traigo muchos recuerdos bonitos de mi tiempo en Japón – y siempre digo, que bien que me animé a buscar un trabajo y cumplir esa meta cuando tenía la oportunidad. Cuando escucho a mis alumnos preguntarse si deben de viajar o estudiar en el extranjero, siempre les digo - ¡Sí -- claro! No lo vas a arrepentir – lo que a lo mejor arrepentirás es no haberte ido.